El Dragón invisible

Es la única gran maravilla de la antigüedad que ha sobrevivido. Más de cuarenta siglos la contemplan. O quizás sería mejor decir que es ella la que nos contempla a nosotros, impasible, majestuosa, elevada sobre las arenas del desierto, desafiando al tiempo, a la historia y a la sabiduría de los arqueólogos. Hablamos de la Gran Pirámide. Una montaña artificial levantada con miles y miles de sillares de piedra. Seis millones de toneladas de peso. Un descomunal enigma labrado en roca al que todos preguntan y nadie responde. La Biblia defiende que las pirámides eran los graneros de Egipto, en cuyo seno, el faraón guardaba el preciado fruto de sus cosechas. En cambio, para el padre de la Historia Herodoto, la gran pirámide fue la tumba del rey Keops, eso sí, construida gracias al más alto e indigno precio: el faraón financió la ambiciosa obra prostituyendo a su hija a razón de un sillar de piedra por cada encuentro amoroso. Luego, otro historiador de la antigüedad Diodoro Sículo continuó especulando y atribuyó