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Las palabras son armas punzantes capaces de dar muerte a una víctima. Ante un peligro semejante, el de la muerte, tenemos dos únicos caminos, dos posibles reacciones que se contraponen y que emergen de nuestro origen animal: la evasión y la confrontación. Puestos dos iguales, uno frente al otro, ¿qué fuerza determina quién huye y quién agrede? ¿Depende acaso del poder real que tenemos sobre los demás, de la autoridad que ponen en nuestras manos las instituciones que hemos aceptado o basta, para someternos, una estrategia simple de simulación?